Estaba el chico violinista, todas las tardes, tocando en el portal. Intercambiaba piezas de Vivaldi y Paganini por unas pocas monedas.
Sus ojos verdes de daban un aspecto felino y las mujeres volteaban a verlo cuando pasaban cerca; el respondía el gesto con una mirada profunda, sin dejar de tocar.
Algunas veces, cuando ya era más de media noche se le podía observar intercambiando palabras con uno que otro artista callejero que cenaba cerca de la fuente del portal.
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