Ella parecía sin vida, cansada, ausente. Me tomó mucho tiempo descubrir que lo que la mantenía feliz no era el violinista, era la música que él dejaba fluir.
¿Cómo puedo enmendar mi error si hace ya más de una semana que el recibidor empieza a apestar a carne podrida?
¿Cómo puedo volver a hacerla sonreir?
Sólo queda algo por hacer... pero es más descabellado que emparedar un gato tuerto
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